Algo en el aire es operística cien por cien. En esta novela, Paolantonio, aplica las tres vertientes de su talento: la palabra poética siempre expresiva del detalle que apela a los sentidos, la sabia regulación del ritmo episódico y el olfato de la escena lograda con los recursos justos para que el cuadro ―hablo en términos de teatro― no se distorsione. Jamás sobreabundando en los terrenos del melodrama, y lejos de rendirle culto al tedio, Algo… demuestra aquel hallazgo de Isidoro Blaisten: no es necesario ser aburrido para hablar del aburrimiento. Mostrar el aburrimiento sin aburrir, he ahí una ponderable hazaña. Mostrar cómo, dentro de un majestuoso marco mísero de pago chico, el enamoramiento puede ser un estado mental violento y amenazante, y por ende universal y atemporal como el mismo demonio. Y cómo los condicionamientos de lo que debe y lo que no debe hacerse pueden urdir por sí mismos una trama que con toda reverencia no dudo en emparentar con las del policial negro. Trama que, desde luego, terminará en una catástrofe de proporciones de dramón ancestral: las vidas sin nombre del pueblo sin nombre en que se debate el triángulo Osvaldo-Marina-la Pioja Otero, funcionan como un efectivo coro griego sobre el que se irá perfilando la tragedia.

ALGO EN EL AIRE - JORGE PAOLANTONIO

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Algo en el aire es operística cien por cien. En esta novela, Paolantonio, aplica las tres vertientes de su talento: la palabra poética siempre expresiva del detalle que apela a los sentidos, la sabia regulación del ritmo episódico y el olfato de la escena lograda con los recursos justos para que el cuadro ―hablo en términos de teatro― no se distorsione. Jamás sobreabundando en los terrenos del melodrama, y lejos de rendirle culto al tedio, Algo… demuestra aquel hallazgo de Isidoro Blaisten: no es necesario ser aburrido para hablar del aburrimiento. Mostrar el aburrimiento sin aburrir, he ahí una ponderable hazaña. Mostrar cómo, dentro de un majestuoso marco mísero de pago chico, el enamoramiento puede ser un estado mental violento y amenazante, y por ende universal y atemporal como el mismo demonio. Y cómo los condicionamientos de lo que debe y lo que no debe hacerse pueden urdir por sí mismos una trama que con toda reverencia no dudo en emparentar con las del policial negro. Trama que, desde luego, terminará en una catástrofe de proporciones de dramón ancestral: las vidas sin nombre del pueblo sin nombre en que se debate el triángulo Osvaldo-Marina-la Pioja Otero, funcionan como un efectivo coro griego sobre el que se irá perfilando la tragedia.